Se cuenta que, durante la más dura etapa estalinista, tras la segunda guerra
mundial, cierto ciudadano soviético, hombre apacible y estimado en el
vecindario, buen trabajador, rutinario y gris, decidió un domingo de otoño
salir al bosque a cazar.
En la puerta de su vivienda, provisto de carabina,
zurrón y cartucheras, coincidió con unos vecinos que, al despedirse, le espetaron:
“ni púja ni perá” (lit. “ni plumón ni pluma”,
fraseologismo ruso con
el que se desea a los cazadores éxito en las capturas, expresión propia de la jerga de los cazadores, donde la forma negativa se explica por la intención de “engañar” a las aves y pájaros que van a ser cazados).
El buen hombre, de manera automática y muy cortésmente respondió: “spasibo” – “gracias”. Y se marchó.
Entre los estupefactos vecinos, a quienes sorprendió muchísimo tan educadacomo inconveniente
contestación, cundió al punto la sospecha y el temor de que el tranquilo cazador “no fuese ruso” sino un extranjero camuflado “de ruso”: un espía, en suma.
Alertadas las autoridades competentes y tras minuciosas investigaciones se pudo probar que aquel ciudadano modélico resultó ser un peligroso agente extranjero. Fue juzgado y convenientemente fusilado (Mironesko Bielova, Magdalena Nom de Déu 1998: 189).
Alertadas las autoridades competentes y tras minuciosas investigaciones se pudo probar que aquel ciudadano modélico resultó ser un peligroso agente extranjero. Fue juzgado y convenientemente fusilado (Mironesko Bielova, Magdalena Nom de Déu 1998: 189).
Buen ejemplo de las malas consecuencias que puede acarrear un error pragmático... :-)
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